aventuras de un niño de la calle libro para descargar

Un joven huérfano sobrepasa la adversidad conforme medra. De esta forma empieza su negocio con el apoyo de otro huérfano, cuya vida había salvado. Verne empieza a contar las aventuras y las historias de este chaval desde el instante en que era pequeño hasta el momento en que se establece y triunfa a la edad de quince años.

EN EL FONDO DE CONNAUGHT IRLANDA, cuya área entiende veinte millones de acres, esto es unos diez millones de hectáreas, está regida por un virrey, asistido de un Consejo privado, en razón de una delegación del soberano de Enorme Bretaña. Está dividida en 4 provincias: Leinster en el este, Munster en el sur, Connaught en el oeste y Ulster en el norte. Reino Unido no formaba mucho más que solo una isla, según los historiadores. En este momento son 2 y mucho más separadas por la diferencia de prácticas que por las barreras físicas. Los irlandeses amigos de Francia son contrincantes de Inglaterra como el primero de los días. Irlanda es un precioso país para los turistas, pero un triste país para sus pobladores. Como estos no tienen la posibilidad de fecundarla, ella no puede nutrirlos, más que nada en la una parte del norte. No obstante, no es una tierra estéril, en tanto que cuenta por millones sus hijos, y si no posee alimento para ellos, los hijos la desean con pasión. Prodígale los nombres mucho más cariñosos. Erin Verde, y verde es, de hecho. Hermosa Esmeralda, una esmeralda subida en grano en lugar de oro… Isla de los Bosques… pero es mucho más bien de las rocas. Tierra de la Canción, pero esta canción solo escapa a bocas enfermas. Primera flor de la Tierra, Primera flor de los Mares, pero estas flores se secan próximamente en el soplido de los vendavales… ¡Pobre Irlanda! Debería decirse mucho más bien Isla de la Pobreza, nombre que debería llevar desde varios siglos atrás: tres millones de indigentes en una población de ocho millones de pobladores. En esta Irlanda, cuya altura media es de sesenta y cinco toezas, 2 altas zonas apartan las llanuras, lagos y hornagueras, entre la bahía de Dublín y la de Galway. La isla forma una suerte de cubeta, donde jamás falta el agua, ya que la unión de los lagos de Erin Verde entiende unos 2 mil trescientos km cuadrados. Westport, pequeña localidad de la provincia de Connaught, está ubicada en el fondo de la bahía de Clew, sembrada de trescientas sesenta y cinco islas o islotes como el Morbihan de las costas de Enorme Bretaña. Esta bahía pertence a las mucho más cautivadoras del litoral, con sus promontorios, sus cabezas y sus puentes preparados como dientes de tiburones que muerden las olas. En este punto vamos a encontrar a Hormiguita, al comienzo de su crónica. Se va a ver de qué forma y cuándo acabó. Los naturales de este pueblo, una cincuentena de miles pobladores, es parte importante católica. Aquel día, un domingo exactamente, 17 de junio de 1876, la nunca oría de los pobladores se encontraba en la iglesia para los oficios de la mañana. El Connaught, tierra de origen de los MacMahon, genera estos tipos célticos más especial que se preservan en las familias primitivas atacadas por la persecución. Pero ese miserable país no justifica lo que tiene por nombre generalmente Proceder a Connaught, es ir al infierno. En los pueblos del alta Irlanda hay mucha pobreza, y no obstante hay harapos que lucen en las fiestas. Los hombres llevan la cubierta parcheada; las mujeres visten faldas sobrepuestas, y se cubren con sombreros con flores artificiales de las que no queda mucho más que la estructura de alambre. Todos llegan con los pies desnudos al umbral de la iglesia para no deteriorar el zapato: botines de suela rota y botas destrozadas, sin las que ninguna desearía franquear el pórtico del templo. En ese instante, no había absolutamente nadie en las calles de Westport, salvo un sujeto que iba en una carreta arrastrada por un perro angosto y sin lana, negro y feo, con las patas destrozadas por los cantos rodados, y el pelo deslustrado por la cuerda. —¡Niñitos reales! Muñecos! —chillaba ese hombre. Viene de Castlebar. Dirigiéndose hacia el oeste ha atravesado estas alturas que hacen en oposición al mar como la mayoría de las montañas de Irlanda: en el norte, la cadena del Nephin, con su cima de 2 mil quinientos pies, y al sur el CroaghPatrick, donde el enorme san irlandés, el introductor del cristianismo en el siglo IV, pasaba los 40 días de la cuaresma; después ha bajado por los peligrosos desfiladeros de Connemara, las salvajes zonas de los lagos Mask y Corril que desembocan en Clew-Bay. No tomó el ferrocarril de Midland Great-Western que pone a Westport en comunicación con Dublín, sino ha bajado por el sendero franco chillando por doquier y proclamando su espectáculo de muñecos, y pegando latigazos al perro, que no puede mucho más. Un feroz ladrido de mal responde al latigazo lanzado por una mano robusta, y en algún momento una suerte de gemido sale del interior de la carreta. Y una vez que el hombre le haya dicho al animal: —¡Vas a ir, hijo de perra! —semeja que se dirige a otro escondido en el fondo de la carreta en el momento en que chilla: —¡Callarás tú, hijo de perro! El gemido cesa. Y la carreta regresa a ponerse de forma lenta en marcha. Este hombre tiene por nombre Thornpipe: ¿De qué país es? Poco importa. Es suficiente con comprender que es uno de esos anglosajones que las islas Británicas generan en las clases bajas. No posee mucho más sensibilidad que una bestia, ni mucho más corazón que una roca. Desde el momento en que llegó a las primeras casas de Westport prosiguió la calle primordial, cercada de viviendas bastante agradables con tiendas de pomposos rótulos, pero donde poco estaba a obtener. En esta calle desembocan callejones sórdidos como riachuelos fangosos que se lanzan en un río limpio. Sobre los agudos guijarros que está adoquinada la calle, la carreta de Thornpipe se iba con estruendos de herraje, con detrimento indudablemente de los muñecos, que llevaba para solaz de los pobladores de las ciudades de Connaught. Hacía falta el público. Thornpipe continuó bajando, y llegó a una calle arbolada, en frente de la que se extendía un parque del que a alameda conducía al puerto abierto sobre la bahía de Clew. Ni que decir debe localidad, puerto, parque, calles, puentes, iglesias, viviendas, todo pertenecía a uno de esos opulentos landlords que tienen prácticamente todo el suelo de Irlanda, el marqués de Sligo, de pura y vieja nobleza, lo que no era un mal dueño a los ojos de sus colonos. A los veinte pasos, Thornpipe detuvo la carreta, miró alrededor y, con una voz que parecía un chirrido de una máquina mal aceitada, chilló: —¡Niñitos reales, muñecos! Absolutamente nadie salía de las tiendas, ni se asomaba a las ventanas. Aquí y allí aparecían ciertos arrapos y de entre ellos, caras hambrientas, ojos enrojecidos, hundidos, como estas aberturas mediante las que se ve el vacío. Entonces pequeños prácticamente desnudos; cinco o seis de estos se aproximaron por fin a la carreta de Thornpipe en el momento en que este logró prominente a la enorme ida. Todos chillaron: —¡Copper! ¡Copper! Esta es una moneda de cobre de valor mínimo. ¿A quién se dirigían estos pequeños? A un hombre que tiene mucho más deseo de recibir limosna que darla. De esta manera, acogió a los chicos con movimientos amenazantes. Los chicos intentaron sostenerse lejos de su látigo, y mucho más aún de los dientes del perro, una auténtica bestia feroz, colérica por los pésimos tratos. Por otro lado, Thornpipe es furioso. Llamamiento al desierto. Paddy (es irlandés como John Bull es inglés) no exhibe ninguna curiosidad por sus muñecos reales. No es alguna enemistad por la familia augusta de la Reina. No. Lo que no le agrada, lo que detesta con un escandalo amasado a lo largo de varios siglos de opresión, es el landlord que le considera un ser inferior a los viejos siervos de Rusia. Y si él ha ovacionado a O’Connell, es por el hecho de que este enorme patriota ha sostenido los derechos de Irlanda, establecidos por el acto de la unión de los tres reinos en 1806; es por el hecho de que después la energía, el tesón, la audacia política de aquel hombre de Estado obtuvieron el bill de emancipación de 1829; es pues merced a su actitud incorruptible, Irlanda, esta Polonia de Inglaterra, la Irlanda católica, más que nada, entraría en un periodo de prácticamente independencia. Pensamos que Thornpipe hubiese procedido mucho más de manera sabia enseñando a O’Connell; pero esta razón no era bastante para menospreciar la efigie de su divertida majestad. Verdad es que Paddy hubiese favorito, y bastante, el retrato de su soberana en monedas, libras, coronas, medio coronas; y exactamente ese retrato es el que falta normalmente en los bolsillos del irlandés. Ningún espectador serio se rendía a las convidaciones de Thornpipe: la carreta volvió a ponerse en marcha, tirada penosamente por el perro. Thornpipe continuó su recorrido por la calle arbolada ahora la sombra de los espléndidos olmos. Estaba solo… Los chicos acabaron abandonándolo. De esa suerte llegó al parque circundado de avenidas que el marqués de Sligo dejaba a la circulación pública, para ofrecer ingreso al puerto, distante una milla extendida de la región. —¡Muñecos reales!… Muñecos!… Absolutamente nadie respondía. Los pájaros lanzaban trinos agudos volando de un árbol a otro. El parque se encontraba no menos descuidado que la calle. ¿Por qué razón ir el domingo a invitar a los católicos a esa exhibición, caudalmente en el momento de los oficios? Había que Thornpipe no fuese del país. ¿Quizás tras la comida, entre la misa y las vísperas, su tentativa sería mucho más beneficiada? En todo caso, él no tenía problema en llegar hasta el puerto, cosa que logró jurando, puesto que no por San Patricio, por todos y cada uno de los demonios de Irlanda. Este puerto es frecuentado poco, si bien sea el mucho más extendido y abrigado de esta costa. Si llegan ciertos barcos, es por el hecho de que es requisito que Enorme Bretaña, o sea, Inglaterra y Escocia, manden a esta árida zona de Connaught lo que ella no puede sacar de su suelo. Irlanda es un niño amamantado por 2 nodrizas, pero estas se hacen abonar cara a la crianza. Múltiples marineros se paseaban fumando por el muelle; como era día de celebración, la descarga de los barcos se encontraba suspendida. Se conoce lo severa que es la observancia de la celebración del domingo entre la raza anglosajona. Los protestantes aportan toda la intransigencia de su puritanismo, y en Irlanda los católicos rivalizan con ellos en la práctica del culto. Son, por consiguiente, un par de millones y medio contra ciento cincuenta mil adeptos a los distintos ritos de la religión anglicana. En Westport no se veía ningún navío correspondiente a otros países. Bricksgoletes, schooners, ciertos navíos de pesca, de los que trabajaban en la entrada de la bahía, no hacían trabajo, por estar baja la marea. Esos barcos, venidos de la costa occidental de Escocia con cargamentos de cereales, algo que mucho más hacía falta en Connaught, volvían a hacerse en el lastre el mar, tras haber descargado. Para localizar navíos de altura, había que proceder a Dublín, Londonderry, Belfast, Cork, donde hacen escala los paquebots transatlánticos de las líneas de Liverpool y de Londres. Lógicamente, no sería de esos marinos desempleados de los que Thornpipe podría sacar ciertos chelines, y su grito debía quedar sin eco aun en el muelle del puerto. Detuvo, ya que, la carretilla. El perro, hambriento y despedazado por la fatiga, se extendió sobre la arena. Thornpipe sacó de su zurrón un pedazo de pan, ciertas patatas y un arenque salobre, y decidió comer con el apetito de lo que hace la primera comida tras una extendida día. El perro le miraba realizando chocar las mandíbulas, de las que colgaba una extendida lengua; pero indudablemente la hora de su comida no había llegado, en tanto que terminó por poner la cabeza entre las patas, cerrando los ojos. Un rápido movimiento que se causó dentro de la caja sacó a Thornpipe de su apatía. Se levantó; observó si alguien le veía; y levantando el tapiz que cubría la caja de sus muñecos, ingresó por él un pedazo de pan diciendo en tono feroz: —¡Si no te callas!… Un estruendos de masticación le respondió, tal y como si un animal moribundo de apetito estuviese acurrucado en interior. Thornpipe prosiguió comiendo. Próximamente terminó con el arenque y las patatas cocidas, que con aquel resultaban mucho más ricas. Llevó a sus labios una sarro calabaza, llena de aquel suero agrio que es bebida muy habitual en ese país. Hasta entonces la campana de la iglesia de Westport fue echada a vuelo, anunciando el objetivo de los oficios. Eran las once y media. Thornpipe logró alzar al perro de un latigazo, y se dirigió hacia la calle arbolada, con la promesa de hallar espectadores al salir de la iglesia. A lo largo de la media hora que antecedía el almuerzo, quizás hallaría ocasión de ganar algo de dinero. Volvería a comenzar tras las vísperas, y no se pondría en sendero hasta el día después, para mostrar a sus muñecos a algún otro pueblo del condado. La iniciativa no era mala. A falta de chelines, él sabría contentarse con coppers y cuando menos sus muñecos no trabajarían para aquel popular rey de Prusia, cuya codicia fue tal, que absolutamente nadie vio jamás el tono de su dinero. Volvió a chillar: —¡Muñecos reales!… Muñecos!… En 2 o tres minutos unas veinte personas rodearon la carreta. Decir que fueron el mucho más granate de la población sería exagerar. La mayor parte eran pequeños, unas diez mujeres y ciertos hombres, prácticamente todos con sus zapatos en la mano, no solo por el afán de no emplearlos, sino más bien pues de esta forma estaban mucho más a gusto por su práctica de caminar descalzos. No obstante, hacemos una salvedad con algunos visibles de Westport que forman parte a este público de cada domingo. Por poner un ejemplo, el panadero, que se ha detenido con la mujer y sus 2 hijos. ¿Verdad que su tweed data de ciertos años, y los años son dobles o triples para este objeto en el lluvioso tiempo de Irlanda, pero el digno patrón es presentable. Su tienda luce esta pomposa exhibe: « Panadería pública central» ; y de hecho, se centralizan los modelos de su fabricación, puesto que no hay ninguna otra en todo Westport. Allí asimismo está el droguero, el que demanda el título de farmacéutico, si bien en su tienda falten las drogas mucho más frecuentes. La titula Medical Hall, exhibe trazada con letras espléndidas, que debían sanar solo mirándolas. Asimismo un sacerdote hizo prominente en frente de la carreta de Thornpipe. Viste un traje conveniente a su profesión: cuello de seda, largo chaleco del que los botones se abrochan como los de una sotana y extendida levita. Es el párroco de la parroquia, en el que desempeña múltiples funcionalidades; ya que no solo bautiza, confiesa, casa y administra la extremaunción a sus leales, sino les recomienda en sus negocios, y les asiste en sus patologías: y esto con independencia completa, ya que no es dependiente del Estado. Los diezmos en clase y los estipendios de las liturgias religiosas, algo que en otros países se conoce con el nombre parado de altar, le afirman una vida honrada y cómoda. Es el gestor natural de las academias y viviendas de caridad, lo que no impide comandar los concursos de deportes náuticos o hípicos. Está íntimamente mezclado en la vida familiar de sus feligreses: es respetado y no desdeña admitir un vaso de cerveza sobre el mostrador de alguna tienda. La pureza de sus prácticas jamás sufrió ningún ataque. Y por otro lado, como su predominación no ha de ser definitiva en aquellas regiones tan penetradas del catolicismo, donde, como ha dicho mademoiselle Anne de Bovet en su bello libro de viaje Tres meses en Irlanda, « La amenaza de ser excluido de la Santa Mesa, haría pasar al campesino por el ojo de una aguja» ! Thornpipe lanzó por última vez su grito de atracción: —¡Muñecos reales!… Muñecos!… II MUÑECAS REALES La carreta de Thornpipe se encontraba construida de manera tosca. Unas encallas a las que el feroz perro está enganchado. Una caja cuadrangular puesta sobre 2 ruedas, lo que hacía mucho más simple el paso por los caminos de estremecimiento del condado. Sobre la caja, un toldo de lona puesto sobre 4 varillas de hierro y que protege, si no del sol, poco fuerte de ordinario, cuando menos de las lluvias inacabables del alta Irlanda. Se semeja a estos aparatos que llevan los organitos de Barbaria, cuyos estridentes silbidos se intercalan al toque de las cornetas; pero no es un órgano el que Thornpipe transporta de pueblo en pueblo, o por lo menos en este aparato más difícil el órgano es un simple organillo, como se va a poder evaluar en poco tiempo. La caja está clausurada por una cubierta que se levanta, y hete aquí lo que ven los espectadores, llevada a cabo la operación. Para eludir reiteraciones, escucharemos a Thornpipe. Si no hubiese dudado, el forastero, con su interminable facundia, ha podido desafiar a el célebre Brioché, el constructor del primer teatro de muñecos en los campos de feria de Francia. —¡Señoras y señores!… Este es el comienzo invariable designado a ocasionar las simpatías de los espectadores, aun en el momento en que el público se constituye de pobres desgarrados. —Señoras y señores: esto representa el salón de fiestas en el castillo real de Osborne, isla de Wight. De hecho, la decoración representa un salón en miniatura, puesto entre 4 planchas, y sobre las que están pintadas puertas y ventanas; hay muebles de cartón sobre una alfombra de color, mesas, sillones, sillas ubicadas de manera que no impidan la circulación de los individuos, príncipes, princesas, duques, marqueses, condes, hombres, que se pavonean con sus nobles esposas en la mitad de esa recepción oficial. —En el fondo —prosigue Thornpipe— van a ver el trono de la reina Victoria, cubierto de un pabellón de terciopelo carmesí, con franjas de oro, modelo exacto del setial en el que Su Divertida Majestad toma taburete en las liturgias de la corte . El trono en cuestión, de tres o 4 pulgadas de altura, y si bien el terciopelo sea de papel, y las franjas faltas de una coma de color amarillo, no deja de generar ilusión a aquella gente que jamás vió este mueble fundamentalmente monárquico. —Sobre el trono —continuó Thornpipe—, contemple la Reina, similar garantizado, vestida de gala; el mantón real sobre los hombros, la corona en la cabeza y el cetro en la mano. Nosotros, que jamás tuvimos el honor de ver la soberana del Reino Unido, emperatriz de las Indias, en sus salones de celebración, no entendemos decir si la figura representa a Su Majestad con lealtad aprensiva. No obstante, aceptando que ajusta la corona a las considerables solemnidades, es incierto que su mano empuñe un cetro semejante al tridente de Neptuno. Lo simple es opinar a Thornpipe, y eso fue lo que de forma sabia hicieron los espectadores. —A la derecha de la Reina —prosiguió Thornpipe—, llamo la atención del público sobre sus Altezas Reales, el príncipe y la princesa de Gales, como les pudieron ver en su último viaje a Irlanda. No se engaña. Hete aquí el príncipe de Gales con traje de mariscal de campo del ejército británico, y la hija del rey de Dinamarca con un magnífico traje de encajes figurado por un pedazo de papel de plata. Del otro lado está el duque de Edimburgo, el de Connaught, el de Fife, el príncipe de Battenberg, sus esposas, en resumen, toda la familia real, describiendo un semicírculo en oposición al trono. Cierto que estos muñecos, semejante garantizado, todos con los vestidos de liturgia, las caras alumbradas y las reacciones, dan un concepto muy precisa de la corte de Inglaterra. Hete aquí los enormes magnates de la corona, entre otros muchos el enorme almirante sir George Hamilton. Thornpipe tiene precaución de señalarlos con el borde de su varita a la admiración del público, agregando que cada uno de ellos ocupa el puesto gracias a su rango, siguiendo la etiqueta ceremonial. Respetuosamente inmóvil en oposición al trono hay un caballero de alta estatura, de distinción anglosajona, que no puede ser mucho más que entre los ministros de la Reina. Es, de hecho, la cabeza del gabinete de Saint-James, tenuemente encorvado por el peso de sus negocios. Thornpipe añade: —Y cerca del presidente, a la derecha, el venerable señor Gladstone. Y a fe de que podría haber sido bien difícil no admitir al ilustre Odmad a ese buen viejo, siempre y en todo momento parado, y próximamente a proteger las ideas liberales contra las ideas déspotas. Quizás haya fundamento para sorprenderse de que mire al presidente con aire de simpatía; pero entre muñecos, aun entre muñecos políticos, pasan bien estas cosas, y lo que repugnaría a seres de carne y hueso, no es vergonzoso tratándose de muñecos de cartón o de madera. Hete aquí otro anacronismo inesperado. Thornpipe afirma, realizando la voz: —Señoras y señores: les presento a su célebre patriota O’Connell, cuyo nombre hallará siempre y en todo momento eco en el corazón de los irlandeses. ¡Sí! O’Connell está allí, en la corte de Inglaterra en 1874, si bien estuviese fallecido desde hacía veintiséis años. Y si se le hubiese hecho esta observación a Thornpipe, habría contestado que para un hijo de Irlanda, el enorme innovador siempre y en todo momento está vivo. Así hubiese podido exhibir a mister Parnell, si bien este político no fuese popular en esa temporada. Después, y esparcidos, ven otros cortesanos cuyos nombres se nos escapan, todos galardonados y llenos de cordones, celebridades políticas y militares, entre otros muchos Sa Gràcia el duque de Cambridge, cerca de lord Wellington, y lord Palmerston al lado de mister Pitt: a fin, integrantes de la Cámara Alta, confraternizando con integrantes de la Cámara Baja; detrás de el, una hilera de guardas, con traje de gala, a caballo en la mitad del salón, lo que señala que hablamos de una celebración como es extraño ver en el castillo de Osborne. Todo entiende una cincuentena de hombrecillos, coléricamente pintarrejados, que representan con aplomo todo lo mucho más aristocrático, el mucho más oficial en el planeta militar y político del Reino Unido. Véase asimismo que la flota inglesa no fué olvidada, y si el yate real Victoria and Albert no está, cuando menos tiene navíos pintados en los cristales de las ventanas lugar desde donde se puede observar la rada de Spithtead. Con buena vista, indudablemente se podría distinguir el y liga Enchanteress llevando dentro 2 señores, los lores del Almirantazgo, cada uno de ellos con la gafa en una mano y la bocina a la otra. Hay que acordar que Thornpipe no ha engañado al público diciéndole que esta exhibición es única en el planeta. De forma positiva, ella deja ahorrarse un viaje a la isla de Wight. Así, quedan fascinados no solo los pequeños, sino más bien del mismo modo los mayores espectadores que jamás han salido del condado de Connaught ni de los aledaños de Westport. Quizás el sacerdote de la parroquia se sonríe in petto: en lo que se refiere al farmacéutico drogero, afirma que estos individuos son de un similar fantástico, si bien no los vió en su historia. Con en comparación con panadero, confesaba que todo aquello sobrepasaba de los límites de la imaginación y que parecía irrealizable que una recepción en la corte de Inglaterra se festejase con tanto lujo, brillo y distinción. —Ya que bien, señoras y señores; esto todavía no es nada —ha dicho Thornpipe—. Suponen indudablemente que estas personas reales y otras no tienen la posibilidad de efectuar movimientos ni movimientos. ¡Fallo! Están vivos, vivos, como ustedes y de qué manera y o… y lo van a ver. Pero antes me voy a tomar la independencia de ofrecer una vuelta, recomendándome a su generosidad. Este es el instante crítico para todos los que detallan curiosidades, en el momento en que el platillo comienza a circular entre los espectadores. Por norma establecida, el público de estos espectáculos se distribuye en 2 clases: los que se marchan, por no dejar caer dinero, y los que se quedan con la intención de entretenerse de forma gratuita; estos últimos son mucho más varios. Hay otra tercera categoría: la de quienes abonan; pero es tan achicada, que es preferible no charlar de esto. Esto se patentizó en el momento en que Thornpipe echó su guante con una sonrisa que intentaba ser amable y que resultaba feroz. ¿De qué forma calificar si no ese rostro de perro, con ojos refulgentes y boca mucho más rápida a morder a la multitud que a besarlas? Se piensa que entre ese público solamente había 2 coppers por agarrar. Los espectadores que deseaban ver sin abonar, volvían la cabeza. Cinco o seis solo hicieron ciertas monedas, lo que causó una colecta de poco mucho más de un chelín. Acogiola Thornpipe con desdeñosa sonrisa. Había que contentarse, y aguardar a la representación de la tarde, que quizás generaría mucho más ganancias, y realizar el software antes que devolver el dinero. Y entonces, a la admiración muda, sucedió la admiración que se probaba con chillidos, palmeando, ¡oh!… ¡oh!… que debieron sentirse desde el puerto. Thornpipe termina de ofrecer un golpe con la varilla en la caja; el golpe ha causado un gemido del que absolutamente nadie hizo caso. De pronto la escena se anima de manera prodigiosa, se puede decir. Los muñecos, movidos por un mecanismo interior, semejan estar dotados de vida real. Su Majestad la Reina Victoria no dejó el trono, cosa contraria a la etiqueta, no se ha levantado, pero desplaza la cabeza, se bate su corona, y baja el cetro en forma de una batuta que mide un compás . En lo que se refiere a los integrantes de la familia real, se vuelven, saludan, mientras que duques, marqueses, hombres desfilan con enormes muestras de respeto. Por su lado, el presidente se inclina en frente de mister Gladstone, que responde al unísono. Cerca O’Connell avanza dificultosamente por su ranura invisible seguido del duque de Cambridge. Los otros individuos mueven asimismo, y los caballos de la guarda, tal y como si no estuviesen en un salón y en la corte del castillo de Osborne, pegan sacudiendo la cola. Y todo ello se realiza amenizado por una música atractiva, merced a un organillo carente de notas. Pero como Paddy, tan sensible al arte musical que Enrique VIII puso un harpa en las armas de la verde Erin, no debía quedar encantado, si bien prefiriese el God save the Queen, y el Rule Britannia, himnos melancólico que son ¡los dignos cantos nacionales del triste Reino Unido, o algún cántico de su querida Irlanda! Para quien jamás había visto el aparato de los enormes teatros de Europa, aquel espectáculo era precioso y digno de ocasionar la mayor admiración. Frente esos muñecos movibles, el entusiasmo llegó al desvarío. Y hete aquí que de súbito la Reina baja tan vivamente su cetro que toca la redonda espalda del presidente. Entonces los hurras del público incrementan.

Cenicienta

¿Quién no ha leído en algún momento Cenicienta? Otro de los enormes tradicionales de Disney. Tiene que ver con Cenicienta quien vive con su madrastra y las hijas de esta que tratan muy mal y la ponen de sirvienta. Pero Cenicienta tiene un sueño y en el momento en que el Rey invita a todas y cada una al baile del palacio hace aparición su enorme ocasión.

La historia fue construída asimismo por Converses Perrault. Como en el resto de cuentos, en el final de todos los cuentos hallarás una moralidad a fin de que quien lo lea se lleve una enseñanza de la historia.

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